“En Honduras, una mula cuesta más que un miembro del Parlamento”, dijo alguna vez el despectivo director de la United Fruit, Sam “The Banana Man” Zemurray, cuando la empresa comenzó sus operaciones a comienzos del siglo pasado. En los años ’20 controlaba casi una cuarta parte de la tierra cultivable de Honduras y además se dedicaba a derrocar gobiernos elegidos en las urnas, como el de Arbenz en Guatemala en 1954. A fines de los ’90, Chiquita se inspiró en su ejemplo y pagó 1,7 millón de dólares a grupos paramilitares para controlar el cultivo y la distribución del banano en Colombia: decenas de trabajadores aparecían muertos en las plantaciones, la empresa fue demandada por familiares de los asesinados y compró su impunidad con una multa de 25 millones de dólares impuesta por un juez estadounidense. Chiquita financió a terroristas colombianos, pero nunca ingresó a la lista negra del Departamento de Estado. Es que no todos los terrorismos son iguales.
del Analisis de Juan Gelman, poeta y analista argentino
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